Desde
Laquis, el rey de Asiria mandó a sus oficiales a decirle a Ezequías y al
pueblo: “… ¿En qué basan su confianza para permanecer dentro de
Jerusalén, que ya es una ciudad sitiada? ¿No se dan cuenta de que Ezequías los
va a hacer morir de hambre y de sed? Él los está engañando cuando les dice que
el Señor su Dios los librará de mis manos. (…) ¿Es que no se han dado cuenta de
lo que yo y mis antepasados les hemos hecho a todas las nacio nes de la tierra?
¿Acaso los dioses de esas naciones pudieron librarlas de mi mano? Pues así como
ninguno de los dioses de esas naciones que mis antepasados destruyeron por
completo pudo librarlas de mi mano, tampoco este dios de ustedes podrá librarlos
de mí. ¡No se dejen engañar ni seducir por Ezequías! ¡No le crean! Si ningún
dios de esas naciones y reinos pudo librarlos de mi poder y del poder de mis
antepasados, ¡mucho menos el dios de ustedes podrá librarlos a ustedes de mi
mano!” (2 Crónicas 32: 10-12; 14-15, NVI).
Además de
esto, los oficiales del rey de Asiria le gritaban al pueblo para infundirles
miedo, inclusive lo hacían en lengua hebrea; también se referían al Dios de
Jerusalén como si fuera igual a los otros dioses, fabricados por manos humanas
(vs. 18-19).
A causa de
esto, Ezequías clamó al cielo en oración: “Señor, Dios de Israel,
entronizado sobre los querubines: sólo tú eres el Dios de todos los reinos de
la tierra. Tú has h echo los cielos y la tierra. Presta atención, Señor, y escucha;
abre tus ojos, Señor, y mira; escucha las palabras que Senaquerib ha mandado a
decir para insultar al Dios viviente. (…) Ahora, pues, Señor y Dios nuestro,
por favor, sálvanos de su mano, para que todos los reinos de la tierra sepan
que sólo tú, Señor, eres Dios.” (2 Reyes: 15-16; 19, NVI).
Dios
respondió la oración de Ezequías y lo salvó a él y al pueblo de la mano de
Senaquerib, y de todos sus enemigos (2 Crónicas 32: 22).
Dios es el mismo. El va a respoderte. Creele y clama, El te responde.
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